Conversación con el Borracho
Cuando a cortos pasos salí de la puerta de calle fui tomado de sorpresa por el cielo con luna y estrellas y gran bóveda y por la plaza de armas con ayuntamiento, imagen de María e iglesia.
Salí tranquilamente de la sombra hacia la luz de la luna, me desabotoné el
sobretodo y me calenté; luego, levantando las manos, hice callar el ruido de la
noche y comencé a reflexionar:
—Pero qué es eso, hacéis como si existierais realmente. ¿Queréis hacerme creer
que yo soy irreal, parado aquí cómicamente sobre el pavimento verde? Pero, con
todo, hace ya mucho tiempo que eras real, ¡oh cielo!—, y tú, !plaza de armas,
nunca has sido real.
—Es cierto, seguís
siendo superiores a mi; pero sólo cuando los dejo en paz."
—A Dios gracias, luna, ya no eres luna; pero quizá es descuido de mi parte que a
ti, la llamada luna, te siga llamando luna. Por qué ya no eres tan soberbia si
te llamo "olvidado farol de papel con un color raro". Y por qué te retiras casi
del todo si te llamo 'imagen de María', y ya no reconozco tu actitud
amenazadora, imagen de María, si te llamo 'luna que proyecta luz amarilla'."
"Pero parece real que no os hace bien si se reflexiona sobre vosotros; perdéis
valor y salud".
"Oh Dios, ¡qué ventajoso tiene que ser que el que reflexiona aprenda del borracho!"
"Por qué se ha quedado todo quieto. Creo que ya no hay viento. Y las casitas,
que frecuentemente ruedan sobre la plaza como si estuvieran montadas sobre
pequeñas ruedas, se han quedado bien fijas. Quieto... Quieto... No se ve la
línea delgada, negra, que otrora las separaba del suelo".
Y me puse en movimiento. Y caminé sin obstáculo tres veces alrededor de la gran
plaza, y como no encontré a ningún borracho, caminé, sin disminuir la velocidad
y sin sentir cansancio, hacia la calleja Karl. Mi sombra se movía, con
frecuencia más pequeña que yo, juntó a mi sobre la pared, como si estuviera en
un desfiladero entre el muro y el fondo de la calle.
Cuando pasé delante del edificio de los bomberos oí un ruido que venía de la
pequeña plaza de armas, y cuando doblé por ahí vi a un borracho que estaba
parado junto a la reja de la fuente: tenía los brazos levantados horizontalmente
y golpeaba la tierra con los pies, que estaban calzados con pantuflas de madera.
Primero me quedé parado, para hacer que mi respiración se tranquilizara; después
fui hacia él, me quité la galera de la cabeza y me presenté:
"Buenas noches, delicado caballero, tengo veintitrés años, pero todavía no tengo
nombre. Pero usted viene seguramente con un nombre asombroso y hasta cantable de
esta gran ciudad que es París. El olor totalmente antinatural de la resbaladiza
corte de París lo envuelve a usted".
"Usted ha visto seguramente con sus ojos coloreados a esas grandes damas que ya
están sobre las elevadas y luminosas terrazas, dándose vuelta irónicamente sobre
su delgado talle, mientras que la punta de la pintada cola de su vestido,
extendida también sobre la escalera, permanece todavía sobre la arena del
jardín."
"No es cierto; sobre largas vigas, repartidos por todas partes suben sirvientes
vestidos de fraques grises de atrevido corte y pantalones blancos, las piernas
puestas alrededor de las vigas, pero el tronco a menudo echado hacia atrás y al
costado; pues tienen que levantar con cuerdas gigantescos lienzos grises y
tenderlos en lo alto, porque la gran dama desea una mañana nublada". Como él
eructó, dije yo casi espantado: "¿Realmente, es cierto, viene usted de nuestro
París, del tempestuoso Paris, ay, de esta entusiasta granizada?" Cuando él
volvió a eructar dije confundido: "Lo sé, es para mí un gran honor". Y me
abotoné el sobretodo con rápidos dedos; luego hablé con fervor y timidez:
"Ya sé, usted no me considera digno de una respuesta; pero yo habría tenido que
pasar una vida lamentable si no lo hubiera interrogado hoy día."
"Le ruego, elegante señor, es cierto lo que se me ha contado. ¿Hay en París
gente que sólo consta de trajes adornados, y hay allí casas que meramente tienen
portales, y es cierto que en los días de verano el cielo es fugitivamente azul,
embellecido sólo por comprimidas nubecillas blancas, todas las cuales tienen la
forma de corazones? ¿Y hay allí un gabinete de figuras de cera con gran
concurrencia, en el cual se encuentran sólo árboles con los nombres de los más
famosos héroes, criminales y enamorados, en pequeños letreros que cuelgan?"
"¡Y luego esta noticia! ¡Esta noticia manifiestamente falsa!"
"No es cierto: estas calles de París se han ramificado súbitamente; están
intranquilas, ¿no es cierto? No siempre está todo en orden, ¡cómo iba a ser
posible! Ocurre de pronto un accidente; la gente se junta, procedente de las
calles laterales, con el paso propio de las grandes ciudades, que sólo toca un
poco el pavimento; a causa de la decepción todos sienten curiosidad, pero
también miedo; respiran rápido y adelantan sus pequeñas cabezas. Pero cuando se
tocan entre sí, se inclinan mucho y piden perdón: 'Lo siento... Fue sin
intención ... El tumulto es grande, perdone, se lo ruego... Fue muy torpe de mi
parte... Lo reconozco. Mi nombre es... Mi nombre es Jerome Faroche, vendedor de
especias en la calle du Cabotin... Permítame que lo invite mañana, para
almorzar... También mi mujer va a tener un gran gusto... Así hablan, mientras la
calleja está ensordecida y el humo de las chimeneas cae entre las casas. Así es.
Y sería posible que alguna vez en algún animado bulevar de algún barrio,
aristocrático se detuvieran dos coches. Servidores abren seriamente las puertas.
Ocho nobles perros siberianos de montaña bajan bailoteando y corren ladrando y
dando saltos por la calzada. Y entonces se dice que son elegantes jóvenes
parisienses disfrazados."
Tenía los ojos firmemente cerrados. Cuando me callé, se puso las dos manos en la
boca y se tiró de la mandíbula inferior. Su traje estaba totalmente manchado.
Quizá se lo había expulsado de un bodegón y no se daba cuenta todavía de ello.
Era quizá esta pausa pequeña, muy tranquila, que hay entre el día y la noche;
cuando la cabeza, sin que lo esperemos, cuelga, de la nuca; y cuando todo, sin
que lo notemos, se queda quieto porque no lo observamos, y luego desaparece.
Mientras nos quedamos solos con el cuerpo doblado nos damos vuelta después; pero
ya no vemos nada y ya no sentimos ninguna resistencia del aire; pero
interiormente nos aferramos al recuerdo de que a cierta distancia de nosotros
hay casas con techos y, a Dios gracias, chimeneas angulosas a través de las
cuales la oscuridad penetra en las casas, por la buhardilla hacia las más
distintas habitaciones. Y es una suerte que mañana vaya a ser un día en el cual,
por increíble que sea, se podrá ver todo.
En ese momento el borracho levantó las cejas, de tal manera que entre ellas y
los ojos surgió un brillo, y explicó intermitentemente: "Así es, en efecto ...
Estoy en efecto con sueño, por eso voy a dormir.. . Tengo en efecto un cuñado en
la plaza Wenzel... Voy hacia allí, pues allí vivo, pues allí tengo mi cama...
Ahora voy... Sólo que, en efecto, no sé cómo se llama ni dónde vive ... Me
parece que lo he olvidado... Pero no importa, porque ni siquiera sé si tengo
realmente un cuñado... Ahora voy, en efecto... ¿Cree usted que lo voy a
encontrar?
Repliqué sin pensar: "Eso es seguro.
Pero usted viene del extranjero y su servidumbre no ha de estar en su casa.
Permítame que lo lleve."
No contestó... Entonces le alcancé mi brazo para que se colgara de él.
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