Cómo me convertí en monstruo
“Oculto en sus cavernas, el Poeta sintió sus males horribles,
Y un bulto de carne creció en su cabeza, y escamas en su espalda y costados”
William Blake
Contaré aquí cómo me convertí en monstruo,
para lección de futuras generaciones, y de los que educan a sus hijos:
Difícilmente mi mano, transformada en garra,
puede tomar la pluma y dibujar torcidamente las letras;
Empero, haré este último esfuerzo antes de que la Muerte
me abata con su coletazo final,
Porque pienso en aquellos jóvenes que están propensos
a convertirse en monstruos como yo,
Y para liberar, por medio de este último acto,
mi alma a la que mando andar errante por las cavernas después de mi muerte.
El cabello se eriza en mi cabeza y también el vello de mis brazos,
y el frío maligno que me recorre hace temblar todo mi cuerpo al escribir estas líneas,
¡Oh vosotros, amantes de los monstruos,
a quienes lleváis jalea hasta las más profundas grietas de la tierra!
Sabed, pues, que en aquel día de la costa yo era joven
y me bañaba desnudo en el agua salada,
Respetado por los tritones y jugando con los peces que venían a colear en mi mano.
Mi padre, en su casa del horizonte,
se pasaba todo el día reforzando las redes con hilos de su larga barba blanca,
Y mi madre, desde las estrellas, no me veía.
Entonces vino el hijo del guardafaro con su novia de alambre,
Y una urraca posada en el hombro derecho,
que recitaba un poema mágico escrito muchos siglos atrás
por un famoso monstruo de Asia.
Mi padre, en su casa del horizonte, envolvía mis hermanos en redes,
Y mi madre, desde las estrellas, no me veía.
Entonces el hijo del guardafaro me convidó a ir hasta una isla
donde conseguiríamos una urraca para mí,
Que recitara poemas escritos muchos siglos atrás
por los más famosos monstruos del Asia.
Al norte de la isla se levantaba una gran ciudad,
empalmerada y más luminosa que el cielo estrellado.
Dirigiéndonos hacia ella, llegamos a la hora en que se encienden las girándulas,
Y nos fuimos inmediatamente al distrito donde pregonan los vendedores de urracas, en los alrededores del puerto.
Varios años permanecimos extraviados en las calles de la ciudad,
sin lograr encontrar la salida para el regreso,
Porque los poemas eran engañosos y describían equivocadamente los planos,
A fin de retener a los escogidos hasta que los colmillos se les pusieran puntiagudos
y ya no pudieran abandonar jamás la isla.
Y durante aquellos años una mano huracanada me dio a beber todos los días el licor que aparta de los semejantes.
Entonces busqué esta caverna, más allá del Norte, y en ella he permanecido solitario mirando transformarse mis miembros y cubrirse de escamas mi cuerpo,
Y a todo aquel en quien se detiene mi pensamiento
empiezan a crecerle colmillos puntiagudos.
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