Dos prosas líricas
Amar a las hadas tiene algo de
fortuito. Es un poco doloroso cuando apenas se es hombre, o quizá un niño
envuelto en una violeta seca, creyendo que irá a convertirse en mariposa.
Pero todo sigue igual. Sólo las palabras van más
allá de nuestras manos irritadas y la sangre contaminada corriendo por esas
venas.
Desde niños entonces, los
poetas buscamos la oscuridad brillante o la luz que no quema. Somos la
sensibilidad a flor de piel (como una llaga), más hombres, más humanos que
cualquiera puesto que llevamos al extremo la persecución por lo inexistente, la
creencia por lo incierto. Sólo a nuestros ojos las piedras hablan y las mujeres
dormitan en los altares que les erigimos.
Esto es una maldición. Porque al mismo tiempo
somos los más faltos de amor y cualquier otro sentimiento. Alguien decía en los
70’s: “¿Cómo puedo tener sentimientos cuando mis sentimientos han sido siempre
negados? ¿Cómo puedo sentir amor, cuando el amor es algo… que nunca he tenido?”
Lo que hacemos es inventar el
amor para pensar, para sentir por un segundo que amamos, para pretender que
estamos por encima de todos cuando en realidad no tenemos espacio en esta
dimensión.
Aquellas a quienes queremos
amar conocen nuestro punto débil y huyen de nuestros brazos ilusorios temiendo
caer en un abismo interminable; aunque no se tienen noticias sobre este mito.
Lamentablemente nos encontramos solos, aislados, pudriéndonos entre nuestras
palabras bonitas, entre sueños que se derrumban continuamente cuando queremos
tocarlos y que se elevan esplendorosos apenas en el momento de resignarnos.
En pos del sueño
La playa mudó en desierto
cuando la arena enfermó de cáncer. Lamentablemente perdí el mar. Yo iba
corriendo por aquel desierto. Vi mis piernas y eran gruesas, cubiertas de pelo
amarillo, con garras fuertes dejando huellas brillantes y exhalaciones a su
paso. Huyendo del sol, pidiendo refugio a la sombra lunar. Pero se alejaba,
apenas era perceptible en el horizonte como la boca de un cuerpo más grande en
el que habito. Entonces pensé que era un microbio jalado por la corriente hacia
fauces sedientas, mas no a la puerta que me llevara al abismo de tu aliento. Me
detuve temeroso frente a una duna y tanto me quedé pensando que no me di cuenta
del tiempo y de repente el sol me había alcanzado convirtiéndome en estatua.
Ahora mis pensamientos vuelan con minúsculos pedazos de mi carne polvosa.
Cuando regrese la luna y me
vuelva hombre, iré corriendo allá: donde laten las rosas, donde llora el
cempoalxochitl ; aunque no hay dónde encontrar más luz que cuando se abren tus
párpados.
Errante me encuentro desde
siglos sin encontrar tu cuerpo entero, ni un beso entero ni tu nombre. Pero si
alguna vez te reconozco, te llamaré Paloma, pues diré: “Mi aliento aleteó
translúcidamente blanco enmarcado justo en medio de una cascada de noche seca.
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