The True

 


Me derrumbé en pedazos cuando comprobé la dualidad que había sido. Estallé en llanto, impotencia y desdicha cuando me di cuenta la frustración de mi vida. Una intelectualidad que trataba de ocultar un engaño, un fracaso. ¿A quién estaba engañando, sino a mí misma?

¿Qué haría, una vez que las ideas no fueran materia? ¿Qué quedaría de esta materia, frente a la otra materia, comportándose como tal? ¿Qué haría una vez que no pudiera separar los límites del cuerpo... cuando ya no pudiera ocultar en brillantes teorías la razón de mi refugio como ermitaña?

Pensé que esta sociedad pequeña y preestablecida me limitaba. Pero ahora sentía que era tan solo yo misma. Estando en Pekín, en Roma o en Tokio sucedería lo mismo.

Estuve contemplando una profunda fisura dentro de mí misma. Una herida que no podía ser llenada con pensamientos, conocimientos e ideas. Una llaga que se rompía cuando ya no tenía su fuerza. La fuerza de dos corrientes que pujaban por vencerse mutuamente.

Desde hace años, este debate existencialista me divide, me congoja y me obligar a buscar excusas. A evitarlo para no admitir que no tengo
 


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