La mira y el muro

 

     Nueve años he pasado en esta cueva panorámica a la nada,  y no ha transcurrido un día en que mi mente haya dejado de rumiar la idea de escalar esa pared inmensa. Calculo que tendrá cuatro metros de alto, y un revoque casi perfecto, que anula toda chance de asirse; su aspecto pálido me ha llevado a todo tipo de asociaciones: un documento en el que figura (pero no puede leerse) una sentencia, una lámina de luz brillante que esconde carcajadas perversas.

    

    Las torres erguidas en los extremos, protegidas por gruesos cristales espejados son objeto de preguntas que me atormentan a diario: cuántos pasos podría dar antes de sentir el plomo en la espalda?, podré llegar al muro antes de sentir el calor de mi propia sangre borboteando?; de haber tenido la certeza de poder llegar a lo alto, de observar por un segundo la ficción que se despliega mas allá de la pared, no hubiese pasado tantos años contemplando mi propia locura.

 


 

     Seis años en esta torre ciega, cargando el peso de mi falsa libertad, perseguido por el fantasma de tener la vida de otros en el índice derecho, en la línea imaginaria entre la mira y el iris. Si supieran que la otra torre no ha sido ocupada jamás, y que desde ésta se los vigila tan solo durante unas horas al día; y que paso tanto tiempo pensando en cual será mi reacción si alguno intentara escapar, sin prestar atención a lo que ocurre, sin recordar siquiera que mi trabajo consta en vigilar sus movimientos…imaginar ese momento me provoca un escozor, siento la culpa resbalando por mi columna vertebral como una hemorragia helada.

 

 

     Morir de inmediato; o pasar cientos de días diciéndome que nadie que posea conciencia puede jactarse de ser libre; dejar la vida partiendo el viento, arañando la pared;  o vivir para presentir milimétricamente cada instante de esta película repetida…

 


 

      Llegó el día, estoy seguro, sabía que iba a ser él; su mirada desafiante frente al muro, su desdén hacia las torres. A esta altura esperará sentirse muerto, ni siquiera creo que pueda trepar la muralla, pienso que la peor muerte sería descubrir que sólo su incapacidad le impide huir, que puede deshacer sus uñas sin recibir castigo alguno. Pero la mira lo sigue, la pupila lo sentencia y el índice impaciente muere por enviar un mensajero; y si embargo hay algo que alarga su vida, porqué habrá sido encerrado?, seguramente habrá matado a alguien, y yo voy a entrarle por la espalda como un relámpago silencioso y letal. Sé que podría accionar la alarma y en segundos recibiría una golpiza inolvidable, pero prefiero acabar con su vida a causarle semejante humillación. Probablemente yo reciba una mención, y quizás hasta alguna gratificación…imagino que la mancha de sangre en la pared ocupará el lugar del compañero ausente…

 


 

     Esto ha sido demasiado, a cuatro metros del suelo hago equilibrio entre la muerte y la muerte; seguramente mi vida tuvo un final sin dolor, o acaso la agonía sea una especie de calidoscopio lleno de copas de árboles bailando debajo de mí…o un salto, una fuga hasta pararme en el horizonte.

 

 

Qué pensará en este instante?, como un acróbata de espaldas al verdugo, se da el lujo de bailar, de regodearse disfrutando sus últimos latidos; ahora que salta, que rompe los brazos del sol como un eclipse, el recuento de los internos hará rugir una alarma, y yo lo tengo ahí, entre el iris y la mira, y a esa distancia, o al doble, sé que no puedo fallar.  

 


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