En busca del Hueipatli.
-Es el hueipatli- exclamó entusiasmada mientras señalaba la
imagen en el marchito libro reflejando en la mirada los mágicos pensamientos que
la embestían y que gradualmente contaminaron mi ánimo hasta hacerme cómplice de
su aventura. Sin mayor preámbulo partimos en busca de la gran medicina de los
aztecas guarnecidos de nuestro adictivo y compartido temor, y era precisamente
ese sentimiento, circulando alcaloideo por nuestra sangre lo que nos
identificaba y acoplaba como a otras personas suelen unirlas afinidades más
habituales. Detrás de esa turbación infranqueable la vida nos reservaba un
inapreciable caudal, y quizá lo más extraordinario de la experiencia fue que no
superamos esa ansiedad sino que asistimos a ese encuentro con el miedo
arañándonos las entrañas, y sin ese condimento la experiencia habría carecido de
la magia que la envolvió.
Los botones de las enormes flores amarillas eran como pechos
de adolescente: rígidos, elásticos y de una textura muy suave. Laura penetraba
delicadamente los pliegues con la uña separando los pétalos. Cuando dobló los
lóbulos un delicado perfume empapo mi olfato y nublo mi vista durante el breve
instante en que sentí la fragancia golpeando mi sistema nervioso, con tal
agudeza que pareció que cada nervio fuera ultrajado mientras mi cuerpo se
aligeraba y adquiría la sensación de estar observando el espectáculo desde una
perspectiva etérea. La copa de la flor era bañada por una luz dorada
descubriendo un tesoro de anteras delicadamente desperdigadas y un largo estilo
rematado por un estigma verde esmeralda. La venas de los lóbulos adquirieron un
color violáceo y las ramificaciones se disipaban en un piélago amarillo. Cuando
ella vertía el cristalino liquido directamente de la corola a mis labios,
contemple los vitrales de una singular catedral sumergida en un áureo mar que me
salpicaba de psicotrópico rocío dispersando en el viento cada átomo de mi
cuerpo. El espacio y el tiempo conquistaron nuevas proporciones, cada segundo
era una vida, e imprevistamente se presentaron ante mis ojos máculas de tonos
minúsculos cuyos diseños se renovaban continuamente. Los diminutos perfiles
geométricos crecían y adquirían colores más impresionantes, como esbeltas
espirales policromas avanzaban oblicuamente y se deshacían en legiones de
partículas de todos los tintes, volvían a unirse y desunirse, alternativamente,
tiernos y violentos. Fui color entonces y me derrame en gotas en el paisaje. Las
imágenes se desvanecían y gradualmente se transformaban en sonidos y ritmos. La
música penetraba cada una de mis fibras, primero tersa y suave, y en seguida
hinchándose en una colosal polifonía. Yo era música. Era cuerda y percusión al
mismo tiempo vibrando en un crescendo que me arrastraba a estados de
satisfacción espiritual inimaginables. Laura se presento como un halo de luz
intensa de imponente estatura, su voz armoniosa lleno todo el espacio
proveniente de otra dimensión. Como si hubieran bajado del cielo, sus palabras
llegaban ampliadas desde muy lejos y rebotaban en múltiples ecos antes de
extinguirse- Las grandes ocasiones de la vida sentimental han de ser libadas en
la copa de oro-
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