(...)

 

Llevo puesto el traje de mis miserias y respiro por las heridas el aire profundo del río.

 

(...)

 

no he llegado a ser nada más que un hombre hecho de traspiés y de caídas.

En las rocas donde apoyo los pasos

nace, en breve, el limo.

Yo, Midas del tropiezo y la herida.

Tengo el temperamento de un vagabundo

de cabellos y barbas sucias

de ropa raída y cuerpo sostenido por la caridad ajena,

de noches en hospederías pobladas de luces esquineras.

Me invaden vientos terribles

de esos que saben batir las puertas y dislocan los marcos de las ventanas

como no sabiendo (...)

 

Pero una certeza como un bálsamo me calienta el pecho los días de lluvia.

 

El suelo, lo sé, no tiene jamás la última palabra.

 


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