ANAIS
Yo amé.
Hubo una época en donde todos mis actos estaban basados en una sola persona que
era una suerte de divinidades con un toque carnal. Mi relación con ella fue
bendecida y agradecí todos los días en su presencia.
Cuando comenzamos a salir solo éramos un par de amigos que se gustaban y querían
conocerse a fondo antes de dar cualquier paso. Las preguntas saltaban por todos
lados desde lo más básico a lo más procaz. Una vez me formuló si yo había alguna
vez ido a un burdel ó en tal caso si compartí lecho con una prostituta. Le
respondí la verdad: no; y aunque hubiera estado tentado, tenía una fijación por
ese sexo espontáneo que proviene del amor, del deseo puro ó quizás solo era
porque era un tacaño, ¿Quién sabe?. Fue un encuentro raro. Luego me dejó a
cuadras del subterráneo, y ya abajo pensé en hacer una llamada (no recuerdo a
quien, me imagino que solo era para matar el tiempo). Mientras esperaba, se me
acerco una chica extremadamente bella de unos diecinueve años preguntándome con
un acento de calle si podía hacer una llamada con mi tarjeta telefónica. ¿Cómo
decirle que no a una mujer tan hermosa?. Se la presté mientras detallaba su
extraña forma de vestir, que la hacia verse desnuda enseñando poca piel. Trató
de llamar, pero el número al que discaba no caía. Me devolvió la tarjeta y al
hacerlo me miró de forma penetrante; una mirada que encerraba inocencia con
callejones baratos y dijo: ¿Quieres un café?. Acepté. Fuimos a un sitio lleno de
sombras con luces en su exterior y secretos en sus mesas. Ella era más de lo que
esperaba. Sus palabras salían de forma desenfrenada donde solo hay
interrupciones en esos cortos suspiros que emulaban jadeos y tenían como fin
alimentarse de aire. Es como si estuviera atrapada y saliera a partir de
confesiones. Su piel estaba en venta, sin que tuviera opción; era de esas
mujeres empujadas por la vida y asfixiadas por la realidad. Ella estaba en
bancarrota; por lo menos eso me dijo y yo opté por creerle. Me dibujó su vida en
pocos minutos y fue una de las mejores narradoras que he tenido al frente.
Después de su tormenta de palabras me tomó de la mano y me afirmó lo bien que se
sentía conmigo, ofreciéndome sus servicios, no gratis, pero casi regalados. Le
compré comida, ya que era visible ese marginado apetito y me negué a su oferta.
Es posible que la comida costara más de lo que ella pedía por brindarme su sexo.
Y no me malinterpretes, yo estaba embriagado de lujuria, pero eran esos días en
el que uno viste otra piel y sales de ti para encarar otra faceta. Me dijo su
nombre (que hasta el día de hoy ha estado grabado en mi mente), pidiéndome que
por esa noche caminara con ella y no la abandonara en la soledad del neón. La vi
muy bien y me levanté dejándola desabrigada en esas veredas de nadie, sola.
A los pocos días entablé una relación con la mujer amada, olvidando el episodio
en el café de las sombras. Cuando comenzamos como pareja tenía esa sensación de
que la vida me faltaba al no estar con ella, así que iba a verla diariamente
para purificarme con su silueta. Una de esas veces, al separarme de ella, quise
conservar esa sensación de aturdimiento que poseen aquellos que aman porque les
duele no hacerlo, y alargaba esa sensación caminando sin rumbo y al hacerlo me
volví a topar con esa alma callejera que ahora estaba frente a mis ojos. Ella me
vio, reconociéndome. Créanme que no hay nada más triste que ver una prostituta a
la luz del día; el sol no le deja guardar sus secretos y al ver una cara
conocida se siente que está solo a pasos del llanto. Por alguna razón se alegró
de verme, afirmando que en otras circunstancias le hubiese gustado tener mi
presencia en su vida. El marco fue muy triste y no había nada que hacer. Nos
dimos la mano y al hacerlo sabíamos que esa era la última vez que íbamos a
vernos. Dijo mi nombre luego de un adiós y yo solo dije:
-Suerte... Anais
Y su nombre fue cosido a mis labios, mientras me sitúo con ella en distintos
caminos buscando la paz anhelada.
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